En enero de dosmilquince saqué estas fotos desde la ventanilla de un bondi, probablemente en la terminal de San Carlos. Vi al perro y lo seguí con la cámara, sacándole fotos mientras el bicho daba vueltas por el hormigón, buscando algo que terminó siendo ese poquito de agua empozada. Cuando se puso a tomar se me dispararon mil cosas en la cabeza y en el corazón, algo como ver que ahí me estaban regalando una escena para ser compartida, un cuadro que podría interpretarse de dos o tres formas obvias y generales pero también de mil formas complejas e íntimas; un relato que exigía ser parte de algo más.

Pasaron varios meses y varios viajes, y un buen día Juan me habló del nuevo disco de Acorazado y del trabajo que se venía para hacer la gráfica. Me mandó las maquetas de las nuevas canciones y me dijo que el nombre para el disco giraba en torno a la palabra Hermanos. Y entonces volvió la sensación que tuve cuando saqué las fotos del perrito. Algo cerraba redondo, algo se armaba y no había mucha más vuelta que darle: esas imágenes eran para ese disco, para estos amigos (en realidad faltarían vueltas, pero de otro tipo: hacer relecturas, encontrar el medio adecuado, componer gráficamente, resolver asuntos técnicos; temas de segundo orden).

Mañana toca Acorazado en Montevideo y presenta Labios del río, el hermoso disco que estas fotos tienen el privilegio de acompañar, para por fin compartir su cuento.

Nos vemos.