Arbitrariamente, cuatro imágenes de la presentación preparada para hoy.
Ahí en el Centro Cultural Playa Ancha contaré y mostraré un poco más.



Todo el asunto empezó por cierta tendencia diogenística, disfrazada en este caso de celebración de la nostalgia infantil, en el marco de la cual encontré que los actuales boletos de Valparaíso (y de otros lugares de Chile, cosa que luego me enteré) son parecidos a los boletos que conocí y usé, de purrete, en Montevideo.

Entonces empecé a guardarlos por esa doble simpatía, tanto con los diseños como con el recuerdo que evocaban. Pero el conjunto no tenía una forma clara, así que se fueron transformando en una cinta (así vienen de la imprenta, así los tienen en las micros), cosa de poder tenerlos todos juntos, cinta que, por razones y casualidades variopintas, se transformó en el soporte de lo que ahora es la Micromemoria porteña que, por cierto, sigue creciendo.



Este asunto del conversatorio - charla - exposición no es más que una forma de retribuir la solidaridad de los vecinos de Playa Ancha quienes, además de muchas amistades (Andrea Paz Flores Hernandez, Juca, Nicolas Ibaceta Zamora, Antonia Martinez Christie, María Ría, Carla Fernanda Guerrero Palacios, Tobias Wihl, Jenny Riise Moksnes, Lumu Banin, y seguro me estoy olvidando de alguien), colaboraron de forma muy comprometida con esta obra en desarrollo ¡Gracias!

Y gracias también, especialmente, a la gente de la rotisería Gran Bretaña, quienes me permitieron colgar un cartel con perrito y se tomaron la paciente tarea de recibir y guardar las decenas de boletos.



Una foto es de octubre de 2015, la otra de noviembre de 2016. 
Ahí vamos.

Ya a punto de volver a Montevideo, se me dio por armar un encuentro 
junto a la gente de Playa Ancha para retribuir su generosidad con la
"Micromemoria porteña".
Ahí nos veremos.



La micromemoria sigue creciendo, como una especie de mapa humano del tiempo o, 
más simple, una forma celebrar la vida porteña.


Grrrr... acias. 
A veces, quedar afuera del plato, de la mesa y hasta afuera de la casa donde se hace la fiesta tiene un significado luminoso o, mejor dicho, potencialmente iluminador, si uno se toma la tarea de pensarse, de enfrentarse con alguna partes incómodas de uno mismo. Y sí, suena a manual de autoayuda, pero de vez en cuando uno necesita un poco de ayuda de uno mismo.
Habrá que seguir trabajando. Y habrán novedades, de una forma u otra, habrán novedades :)



De NOAA Center for Tsunami Research - http://nctr.pmel.noaa.gov/chile20150916/, 
Dominio público, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=43389973


Más o menos a las 19:54 (GMT -3) de hoy, 16 de setiembre, habrá pasado un año desde la primera vez que temí que podría morir.
Pero morir de verdad: palmar, fenecer, obitar, reventar, fallecer, marchar, pasar a mejor vida. Irme, dejar la Tierra y sus avatares, el tiempo y el espacio, y partir a ver si hay un barbudo, si hay un diablo, si hay un paraíso verde y generoso, una larga fila de almas esperando juicio, o si no hay nada, nada de nada, apagón y hasta nunca.
Morir, en una palabra.

Tanta precisión viene a cuento porque, cuando sea la hora mencionada, se habrá cumplido un año exacto del comienzo de lo que se conoció luego como "El terremoto de Coquimbo", un movimiento de tierra de generosa intensidad (8.4 en la escala de Richter, la que muchos mencionamos pero pocos saben cómo cornos se usa). En este mismo blog publiqué, hace varios meses, una breve crónica ilustrada del acontecimiento, que vivimos con Euge desde el piso 17 de un edificio en Valparaíso, donde el terremoto se sintió con una intensidad de más o menos 6 grados, lo que dicho en criollo, es un montón.

Y la sensación de muerte inminente, el recuerdo que me trae a sentarme y redactar esta publicación, estuvo directamente vinculada a estar en ese piso 17, a unos 38 metros de altura sobre el nivel del mar, porque fue el estar ahí arriba lo que me hizo pensar "¿y si este edificio colapsa?" Y claro, la respuesta era: nos morimos seguro, o con bajísimas posibilidades de sobrevivir (posibilidades además bastante poco auspiciosas si se piensa en las heridas que se pueden recibir en un derrumbe desde tal altura, con otros seis pisos más sobre la cabeza, en una torre de doscientos apartamentos).

Es decir, vino la pregunta "¿este edificio aguantará (estará bien construido, será antisísmico en serio, nadie se habrá salteado los protocolos imprescindibles para ahorrarse unos pesos)? y la respuesta inmediata, en mi cabeza, fue "puede no aguantar, puede no resistir, por uno y mil motivos, y si no aguanta, nos morimos, te morís vos y Euge, se muere mucha gente que está en el edificio".
Y fue raro, porque tuve la certeza inmediata, basada en una lógica bien elemental, que expresada matemáticamente sería "edificio se derrumba=muerte segura" y, frente a esa certeza, hice lo único que pude: guardé la calma, me mantuve todo lo sereno que pude, busqué serenar a Euge, hablamos, planificamos la salida del apartamento para cuando la tierra dejara de temblar: mantuve una calma entregada, como de vaca que mira pasar el tren, como entregado a la circunstancia inevitable de una eventual muerte horrible, buscando pasar cada segundo del instante de la forma más ordenada, desdramatizada y tranquila posible, mientras todo crujía, mientras la sensación de que alguien había salido de la tierra y entrado en la casa, en cada casa estaba presente.

Pasó el temblor, agarramos las cosas básicas que nos pareció adecuado llevar (dinero, pasaportes, disco duro externo, llaves, cargador de celular, creo que un par de medias extra) y bajamos los 17 pisos a una velocidad que sería imposible repetir (a menos que las circunstancias lo sugieran, claro). Abajo nos encontramos con nuestro amigo Juca y dos gringos amigos suyos (amigos de terremoto nuestros desde entonces, claro), con Jesús (no el segundo advenimiento sino el muchacho que vivía y trabajaba en la playa Las Torpedereas) y con mucha gente de la zona que estaba compartiendo la calle y su sensación de haberse salvado, en una especie de alegría maniática contenida pero intensa, general. Fuimos a la ramada del Alejo Barrios, compramos unos anticuchos, tomamos una cerveza y fuimos a pasar la noche a lo de Juca, porque al edificio no se podía volver, ya que había alerta de tsunami (y sí, los males no vienen solos, atacan en batallón). La ola finalmente no vino, el 17 de setiembre amanció soleado, con bastantes réplicas del terremoto, pero con la sensación de que la cosa seguía, que había que volver a casa y seguir adelante, ya que habíamos aguantado.

Sacar conclusiones sería ponerse ridículamente solemne e impreciso, así que para resumir y terminar el relato, agrego dos videos que se me vinieron a la cabeza mientras escribía: éste, y éste (las versiones en Youtube son horribles, pero seguro pueden encontrar un .avi mejor).

Eso sí, esta noche se brinda con pipeño, helado de ananá y granadina, que juntos hacen un trago que, como no podía ser de otra forma, se llama "terremoto".
Salud.


El viernes 24 de junio se inaugura una muestra muy especial para quien escribe: la Sala Sáez, de la mano de Marita Yuguero y su equipo, reciben, montan y exponen los 15 carteles (y mucho material de trastienda) que he hecho hasta la fecha para el festival Divercine.

Es una muestra muy especial por varias razones: porque reúne un montón de laburo hecho durante mucho tiempo para un proyecto muy querido (quince años es una barbaridad, si hasta canción hay para tanto tiempo transcurrido) y porque es en una sala con la que tengo un apego particular, ya que es uno de mis espacios de exposición preferidos de Montevideo, donde aprendí (y espero poder aprender) mucha cosa sobre el arte del dibujo, y donde muchas veces fantaseé con exponer cuando era botija (de hecho, esta es mi segunda exposición en la Sáez, lo que hace más grande todavía el privilegio de exponer ahí).

Además, es una muestra especial porque no voy a poder estar en persona, ni para trabajar en el armado, ni para recibir a quienes vayan a verla. Ésta circunstancia tiene su lado triste, pero bueno, el balance las razones de la ausencia sigue siendo bueno (nos vinimos con Euge a Valparaíso y no es muy fácil andar cruzando la cordillera, implica sus buenos mangos además del tiempo necesario), así que digamos que será un aprendizaje: exponer sin estar, celebrar a la distancia.

Como sea, queda hecho el convite para quienes quieran y puedan ir.

Gracias, una vez más, a Ricardo Casas por el laburo compartido desde hace ya quince pirulos, y por el apoyo para llevar a cabo esta muestra.

Nos vemos :)


Yo voté a los representantes que hoy dirigen el Estado en Uruguay.

No me arrepiento, para nada, aunque a veces no estoy de acuerdo con las decisiones que toman. Pero el asunto se pone complicado cuando las decisiones que toman me enfurecen, me entristecen, me dan vergüenza propia y ajena. NO a la separación de madres presas de sus hijos, NO a la pérdida de la institución El Molino. 
NO. 
Así, perdemos todas las personas.

(si le interesa enterarse del asunto de fondo, puede informarse acá y acá)


Licencia Creative Commons
Que la justicia no sea injusta por Sebastián Santana se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución 4.0 Internacional.

El aporte de este servidor a la convocatoria de Dibujos Libres 
(más información acá).


Privados, públicos.

No está mal que nos toque, justamente a quienes trabajamos en cierta forma de producción de conocimiento (porque eso también es lo que hacemos, a eso también puede asimilarse la producción intelectual que ampara y regula la ley de Derechos del Autor), digo, no está nada mal que, de carambola, en este asunto de buscar cambiar ciertas formas de acceso y uso de lo que hacemos, el debate recaiga sobre quienes trabajamos en la persecución y asentamiento de ideas abstractas, en los que trabajamos con la imaginación, con las posibilidades más allá de la realidad o las circunstancias. Es más, no sólo no está mal, sino que directamente está muy bien que nos veamos obligados a pensar y sacar conclusiones de temas centrales como son el acceso a la cultura y, más importante, la forma en que se regula en nuestra sociedad cierta forma de propiedad privada.

Quién sabe, quizás se nos ocurran algunas ideas nuevas, originales, interesantes, dignas de atención a este respecto. Quizás podamos usar nuestra capacidad creativa (sí, es un término espantoso, desgastado, pero es claro a la hora del ejemplo), quizás podamos usar nuestras herramientas de trabajo para salirnos por un rato de la elaboración de ficciones, inverosimilitudes, horrores o bellezas, y ponernos a pensar no ya sobre lo que hacemos sino en qué pasa con lo que hacemos cuando sale de nosotros, en qué se transforma, cómo se comparte, qué límites le ponemos nosotros o quienes elegimos como responsables para la tarea cuando eso que hacemos sale al mundo.

Y pensar también, por qué no, cómo fue que hicimos y hacemos eso que hacemos, de qué fuentes tomamos, de qué formas llegamos a  esas fuentes, qué tuvimos en cuenta y qué nos rifamos a la hora de inspirarnos, estudiar, aprender.

La oportunidad está dada.

Sobre copias, derechos, propiedades y firmas.

Estimadas y estimados colegas que se oponen al proyecto de ley votado por el Senado que modifica la Ley Nº 9.739, de 17 de diciembre de 1937, sobre Derechos de Autor 

Sebastián Santana 
(autores)

Escribimos para decirles por qué no podemos, en esta oportunidad, acompañarlos en la iniciativa gremial de recolección de firmas que están llevando adelante, por qué no podemos oponernos, como lo hacen ustedes, a las modificaciones de la ley que habilita la copia de textos para uso personal, educativo y sin fines de lucro.

Por casualidades del momento, podríamos decir que ambos estamos lejos del país, en países distintos, pero lejos de Uruguay, decir que no sabemos de qué va la cosa, y desentendernos del asunto. Pero si bien lo primero es cierto, no lo es lo demás: sabemos de qué trata la modificación de la ley y cómo puede afectar en el mundo del libro, además de saber que la sanción definitiva de una ley así, como la aprobada en primera instancia en el Senado, puede tener un impacto internacional muy importante en lo que refiere a la disminución de las limitaciones que las leyes de autor imponen a la libre circulación de la cultura y al acceso universal a los bienes culturales. Por ello, pensamos que quedarnos en silencio y no responder a vuestra iniciativa no era correcto.

Además, varios de ustedes nos conocen y saben en qué grado nos hemos involucrado en distintas oportunidades tanto para promover la defensa de los autores como para promover la lectura y la literatura. Hemos compartido acciones, redes sociales y algunas reuniones encaminadas a mejorar las condiciones contractuales en las que cedemos a la industria editorial los derechos de nuestras obras. Hemos compartido otras iniciativas a favor de la promoción de la literatura, la promoción del respeto y la dignidad de los autores, la promoción de los libros y su venta. Entonces, hacernos los tontos y guardar silencio, o sea, dejar pasar como si no existiera esta carta que están firmando, que nos han convocado a firmar, hacerlo sin contestarles nada, sería una falta de respeto hacia ustedes: incluso, y sobretodo incluso, ahora que no estamos de acuerdo con lo que sostienen, y ahora que pensamos que la campaña en la que se han embarcado no le hace ningún favor al conjunto de los autores, en Uruguay y en ningún otro territorio.

Dicen ustedes que la ley no tiene relación con el derecho a la educación. Nosotros pensamos que sí la tiene, para bien y para mal. Para bien, porque la ley viene a reconocer y subsanar una dificultad de los estudiantes universitarios que se ven impelidos, por el sistema educativo y también por el sistema de la industria editorial, a fotocopiar libros, con lo cual incurren, dada la ley aún vigente, en un delito cada vez que lo hacen a pedido del profesor de turno. Para mal, porque la ley reconoce, de última, las dificultades y las limitaciones del Estado en su rol de garante para todos los estudiantes del acceso a los textos y materiales de estudio. Estudiar en fotocopias no es lo mejor. Lo sabemos. Entre otras razones porque todos lo hemos hecho en alguna oportunidad. Hoy día hay muchas alternativas al uso de fotocopias. El sistema educativo universitario y el Estado en sus funciones de Educación Pública deberían explorarlas. No todas pasan por el libro en su formato de papel, pero muchas de ellas pasan por el manejo de alternativas a las licencias de copyright que los fabricantes de libros de papel quieren imponer casi siempre, en todas partes. Ninguna de ellas debería pasar, en cualquier caso, por encima del reconocimiento de los derechos de los autores, y todas deberían apuntar a asegurar a los autores una justa remuneración por el trabajo de elaboración de los textos y de las obras que se usan para estudio, incluso allí cuando eso es muy difícil de establecer y de cumplir.

Pero la realidad es que estamos lejos de lograr esto, y en parte lo estamos porque las gerencias de la industria del libro han puesto obstáculos a la liberación de la cultura, y se han aferrado obstinadamente a intereses inmediatos que, a menudo, incluso, han ido en contra de sus propios intereses de mediano y de largo plazo, así como también han ido en contra de los intereses de los autores: intereses comerciales, pero también intereses en difundir las obras realizadas.

Hace muchos años que se escucha eso de que “la fotocopia mata al libro”. Lo cierto es que los sistemas de fotocopiado existen hace más de medio siglo, y que en ese lapso, la industria del libro ha tenido altibajos, períodos de crisis y períodos de crecimiento, en nada relacionados con el aumento del uso de las fotocopias, y sí,  en mucho, relacionados con los ciclos económicos globales. En cualquier caso, la industria del libro ha prosperado allí donde han crecido los públicos lectores, cosa que no siempre ha sido gracias al trabajo propio del sector, y sí, la mayoría de las veces, gracias al aumento de los niveles educativos y socioculturales promovidos por políticas públicas específicas, sensibles ante las carencias de los sectores populares. No serán las fotocopias las que le hagan daño a la industria del libro el día de mañana, cuando prosperen, como está sucediendo en la región, iniciativas político económicas de cuño neoliberal que barren con todas las políticas progresistas de carácter social y cultural (véase lo que sucede en Argentina, por ejemplo, donde el trabajo de promoción del libro por parte del Estado fue algo envidiable, y hoy está siendo socavado sin contemplaciones). Las crisis económicas son las que hacen más daño, y también las políticas antipopulares implementadas por gobiernos que, en defensa del mercado y de las libertades irrestrictas de la empresa privada, pasan por arriba de los derechos elementales de la ciudadanía, incluso el derecho de acceder a la cultura y a la educación.

Igual, incluso en esos contextos tan adversos, el libro no murió, no muere y no morirá, porque siempre habrá creadores, y editores, y mediadores de lectura, y una cantidad de trabajadores de la industria del libro que buscarán y encontrarán alternativas para promover las obras literarias y llevarlas a los lectores:  por ejemplo, el caso extremo de las editoriales cartoneras, que mediante fotocopias, justamente, hicieron crecer la lectura literaria en las peores circunstancias de la historia reciente del Río de la Plata entre los sectores de la población más carenciados.

Las fotocopias no han roto la cadena de la industria del libro y de su comercialización, y no la romperán. Así como no lo harán las copias ilegales de libros en internet que circulan de manera libre, aunque perseguida. Si el objeto libro tiene para un lector determinado una ecuación de costo-beneficio adecuada, ese lector comprará el objeto libro. A la industria del libro le compete trabajar para eso: para ofrecer a los lectores ese beneficio, y hacerlo al costo adecuado. Hay políticas públicas que pueden ayudar a ello, así como hay otras que pueden entorpecer o dañar el proceso: el IVA cultural, en España o en Chile, por ejemplo, es dañino. Creemos que también es dañina la persecución de la libre circulación de las obras entre usuarios, la libre circulación que se hace sin fines de lucro. Podríamos citar aquí a varios autores superventas que reconocen cómo se han visto beneficiados en las ventas por la “piratería” de sus obras. El caso de Neil Gaiman es ejemplar. También podemos pensar que muchísimos de los fenómenos de hiperventas que se produjeron en la última década no hubieran sido tales sin el provecho obtenido de la circulación de copias “piratas” entre usuarios de internet. La industria del libro hubiera hecho mejor en invertir en la investigación del fenómeno antes que invertir en su persecución obstinada.

Nos oponemos, sí, a quienes montan industrias y negocios piratas y buscan el lucro y el beneficio propio pasando por encima de las reglas de juego más elementales. Son desagradables. Merecen ser penados socialmente. De igual modo, con el mismo desagrado, nos oponemos a los plagiarios. No hay robo en quien hace una copia para uso privado; hay robo y piratería en quienes montan un negocio para lucro personal aprovechándose de los derechos y del trabajo de otros. Y no es menor la diferencia. Nos negamos a criminalizar la copia de obras para uso privado. Lo hacemos porque entendemos que hay una diferencia sustancial entre el hurto de un objeto (un mueble, por ejemplo, o un libro impreso, o incluso un manojo de fotocopias) y la copia parcial o total de un libro, o una película, o una ilustración: algo que a menudo se hace porque no hay otra forma de acceder a la obra. Una copia de un libro no es el libro en su totalidad, por tanto copiar y almacenar una copia para uso personal no es robar su esencia, no es destruirlo.

Y así como creemos que las copias para uso educativo y privado no son dañinas para los autores, creemos que sí lo son ciertas políticas internas del sector del libro. ¿Cuánto se pierde a diario de ventas de libros digitales en internet por no poner a las copias digitales de los libros un precio razonable, a la vez de liberarlas de sistemas absurdos que impiden ser compartidas por sus compradores? Esas prácticas comerciales perjudican a los autores, porque ahí hay un potencial beneficio que no se realiza, mientras que ese potencial beneficio es del todo irrealizable en muchos casos en los que se acude a fotocopias: no te pierdes de vender un libro a alguien que lo fotocopia y nunca lo comprará (por eso no hay hurto ahí), mientras que sí te pierdes de vender muchas copias digitales de libros porque están a un precio irreal, orientado fundamentalmente a evitar la supuesta competencia que el libro digital le hace al libro en formato de papel: competencia inexistente, que muy a menudo funciona como perfecta complementación.

Podrían agregarse aquí toda otra serie de políticas del sector que dañan al autor: ¿Qué regulación hay sobre el sistema de saldos de libros que se hacen en distintos países por parte de los grandes grupos editoriales? ¿Cómo se podría controlar eso para que no perjudique a los autores y editores locales? Porque todo hay que decirlo: no siempre, cuando alguien compra un libro a precio de saldo, está beneficiando a la industria del libro o a los autores en general. ¿O vamos los autores a hacerle creer a la población que estamos felices y contentos con cómo funciona en general el sistema comercial del libro y sus políticas de precios? Claro que no seremos nosotros quienes se opongan a una política de saldos que por ahí es la única oportunidad existente para muchos lectores de acceder a un libro de un autor extranjero en Uruguay, un libro que solo como saldo llega al territorio y a precios accesibles. No nos oponemos a esto, aunque resulte molesto, porque entendemos que de alguna manera beneficia a los lectores, a pesar de los autores.

Y así, teniendo en cuenta todo lo anterior, tampoco compartimos la idea de que el derecho de autor, o mejor dicho, las regalías que se perciben en razón del derecho de autor, sean equiparables a un salario para el creador. Y en todo caso, si esto fuera así para algunos creadores en un sentido figurado, no compartimos la idea de que la liberación de las restricciones al derecho de copia, para uso personal, educativo, y sin fines de lucro, vaya a perjudicarlos en los ingresos. Ya está dicho algo al respecto más arriba. Ahora diremos que en muchos casos los autores no perciben ingresos directamente de sus libros. Hay muchos títulos que los autores los hacen en régimen de trabajo contratado, y ni siquiera tienen derechos o regalías sobre la venta de ellos, incluso cuando a menudo hasta pagan para que se hagan. Hay muchos otros títulos que por sus escasas posibilidades de comercialización no representarán compensación para el autor, y si de todas maneras los autores los hacen es porque los beneficios son de otro orden (moral, emocional, afectivo, con arreglo a racionalidades políticas, sociales o comunitarias), o porque los beneficios se producirán más adelante, por las posibilidades de trabajo que los libros publicados les abren en otros campos: docencia, investigación, conferencias, asesorías, etc. Limitar el derecho de copia de este tipo de obras, llegado el caso, sí que perjudicaría a su autor.

Compartimos, sí, la perspectiva de una “oportunidad histórica” para avanzar en la confección de una ley del libro, de una ley de promoción de la lectura, de impulsar políticas sectoriales concretas habilitadas por la “ley de bibliotecas” votada hace un par de años, de avanzar la regulación de leyes de seguridad social para los autores. Pero diremos que se ha perdido mucho tiempo para ello. Un gobierno progresista debería haber hecho todo eso mucho antes. Y pensamos también en lo que nos toca de autocrítica: ¿por qué no nos movilizamos antes con más fuerza para impulsar esas leyes y esas políticas? ¿Por qué nos conformamos con algunas pobres y mal instrumentadas políticas de promoción del libro en el extranjero, de mejorías en la ley del premio literario nacional, de fomento de bibliotecas, de fondos concursables? ¿Por qué la única compra institucional importante que hizo el estado no fue una iniciativa del gremio librero, sino que le llovió a este desde el Plan Ceibal? ¿Y cómo lograremos los autores, en el caso de las pocas compras institucionales habidas y por haber, que no se produzcan problemas como ser que algunos de nosotros nos beneficiamos mucho con ese tipo de compras (llegando a cobrar regalías del 50%) mientras otros se benefician menos (cobrando el 25% o el 10%) y otros salen francamente estafados, con lo que se demostraría que no siempre son los fotocopiadores quienes se quedan con las ganancias legítimas que corresponden a los autores bajo el sistema de copyright reinante?

En cualquier caso, siempre que haya un autor, habrá un derecho a defender. Y siempre habrá autores, incluso si no hay regalías por cobrar. Decir que sin regalías por derechos de autor no habrá autores no nos parece justo para todos aquellos autores que a diario se esfuerzan por realizar una obra digna, incluso sin ninguna perspectiva comercial. La historia artística e intelectual de la humanidad, por suerte, tiene entre sus mejores exponentes a autores que no extrajeron ningún beneficio comercial de sus obras. Y todos lo sabemos. Y todos nos hemos beneficiado de eso.

Pero sí, es cierto, hemos logrado que la humanidad reconociera que el Derecho de Autor es un derecho humano. Por suerte, las Naciones Unidas lo proclamaron en el segundo numeral del artículo 27 de la Declaración Universal de Derechos Humanos: “Toda persona tiene derecho a la protección de los intereses morales y materiales que le correspondan por razón de las producciones científicas, literarias o artísticas de que sea autora”. Pero ahí mismo, un poco antes, en el primer numeral (y pensamos que el orden en la redacción es muy justo) la carta dice que: “Toda persona tiene derecho a tomar parte libremente en la vida cultural de la comunidad, a gozar de las artes y a participar en el progreso científico y en los beneficios que de él resulten”. Los redactores de la carta de Derechos Humanos de la ONU, sin dudas, avizoraban la posibilidad de que entre los derechos de los autores y las libertades de los usuarios, llegado el caso, pudiera haber contradicciones. Las hay, claro. El asunto es cómo se resuelven las contradicciones a la hora de garantizar y promover ambos aspectos del derecho en cada ley que lo contempla: nosotros preferimos ser permisivos antes que prohibicionistas, porque sabemos que las prohibiciones, allí cuando son incontrolables e incontroladas, terminan generando corrupción social y hasta conductas mafiosas, que esas sí se lucran con las obras de los autores.

En lo estrictamente personal, frente a esas tensiones, a priori, nos ponemos del lado de los intereses legítimos del conjunto de la ciudadanía. Y pensamos que haríamos muy mal los autores si, llegado el caso, optamos por los intereses comerciales de unos pocos frente a los intereses del conjunto de la población. Dicho esto, incluso, en orden a arreglos políticos y estratégicos: ¿cómo iremos mañana a pedirle el apoyo a la ciudadanía para lograr algunas leyes o políticas públicas que consideramos justas para nosotros y para nuestro sector si hoy salimos a oponernos abiertamente a una iniciativa de la sociedad civil que apunta a satisfacer un beneficio inmediato del conjunto de la población, y que lo hace por un medio que, como fue dicho antes, no creemos que nos perjudique en lo más mínimo?

Estamos de acuerdo, sí, con el final de la carta: “un país que apuesta a soluciones malas y mediocres, solo podrá tener un destino malo y mediocre”. Un país que apuesta a innovar en leyes que abran canales democráticos y populares de acceso a los bienes culturales, buscando las mejores soluciones para vencer los peores obstáculos y los peores inmovilismos, no sabemos si a la larga tendrá un destino bueno y luminoso, pero al menos conservará la dignidad de haberlo intentado, sin miedo, sin engaños, pensando en lo mejor para el conjunto de los que hoy tienen necesidades inmediatas y que mañana, así lo esperamos, puedan aportar lo suyo para mejorar el bien común.

En última instancia, y poniéndolo en términos simples, pero claros, pensamos que cada tanto hay que buscarse problemas nuevos, para buscar soluciones nuevas; incluso si esto significa darse la cabeza contra la pared dentro de un tiempo y entender que hay que revisar lo suscrito, barajar y dar de nuevo. Lo seguro es que la Ley actual es obsoleta en muchas de las formas en que regula las posibilidades de los ciudadanos enfrentados a la necesidad o el deseo de acceder a determinados bienes culturales. Hay formas de propiedad intelectual que ya no son compatibles con los medios tecnológicos de que disponemos para comunicarnos y compartir bienes culturales inmateriales. Si las leyes de Derechos de Autor quedan limitadas a defender formas de propiedad históricamente inviables, terminarán por arrasar con los aspectos de defensa de la dignidad del autor que pretenden asegurar. Sería deseable que, así como a partir de esta propuesta de cambio se revisa cierta forma de acceso a cierta forma de propiedad privada, otras expresiones del mismo concepto fueran revisadas con otras propuestas de cambio en la legislación vigente. Por tanto, revisar la Ley que regula el Derecho de Autor es necesario, y poner en práctica esa revisión, también. Luego veremos. Siempre habrá tiempo para mejorar, pero seguir como estamos es mantenernos anquilosados en una forma de entender y regular nuestro mundo, y de cómo actuamos en él.

No continuaremos con la polémica. Entendemos que ustedes dieron sus razones para oponerse a la ley, así como ahora hemos dado las nuestras para no acompañarlos en esta movida. Seguro que el futuro nos encontrará juntos en otras iniciativas que apunten a promover los auténticos derechos de los autores y los legítimos derechos de los lectores. Que lo veamos.

Saludos cordiales.

Sobre el humor en arte, tomado de Federico Hurtado, tomado a su vez de Mauricio Kartun.


Convengamos en algo: el arte no es serio.
El arte es trascendente, indispensable, es unas cuantas cosas mas, 
pero no es serio. Y los artistas habitualmente tampoco.
El mundo de la producción -que en todos los sistemas de pensamiento es quien instala dentro de sus limites al campo de lo profano- es por presión misma de lo conceptual, de lo ideológico, lo que conocemos como una actividad seria.
Pero como podría ser serio aquello que por pertenencia natural al otro club, al de lo sagrado, se mueve en el espacio ritual, y cachondo de la fiesta.Sin embargo, un envarado empaquetamiento ha desprestigiado a lo cómico como parte activa del fenómeno creador.
El pensamiento critico- ejercido demasiado habitualmente desde el campo solemne de lo profano- ha valorizado lo serio y no ha comprendido en general la fenomenología de lo divertido.

Mauricio Kartun (Dramaturgo argentino)



Capa Roja, Pelo Negro
Buscándole un sentido propio al cuento de la gurisa, el bosque y la bestia.

Ampliaremos.