En algún momento de 2008 empecé a sacar fotos a las cosas sucias de la cocina después de lavarlas. Me di cuenta que la pila que se armaba tenía cierta gracia, cierta composición, la luz era linda (sobre todo la que había al mediodía), en fin, se armaba un cuadro. Y sobre todo se me ocurrió registrar las montañas de platos, taza, vasos, asaderas y demás cosas porque el lavandín se transformó en un espacio privado de reflexión, resolución de problemas, clarificación de dudas, solución de trabajos a medio terminar y, cada tanto, de encuentro con alguna ocurrencia más o menos interesante. 

Según el explorador de archivos, la de arriba es la primer foto de la serie. Y según una fuente más confiable (un apunte personal) la de abajo es la última, la pila del último lavado en esa cocina, en esa casa. 

En el medio pasaron unas cuantas cosas: me robaron la cámara que usaba para tomar las fotos, me compré otra, lavé los platos enojado, contento, indiferente, apurado, con ganas y fastidiado, apilé alguna vez las cosas con cierta pero por lo general según lo que el secaplatos y las leyes de gravedad permitían. 
Me olvidé de registrar alguna de las montañas, pero en su mayoría quedaron documentadas y hoy, pasados ya unos meses desde que nos mudamos con Euge de aquella casa, terminé de juntar todas las fotos en una misma carpeta y encuentro que son 533 imágenes. 

Todavía no tengo claro para qué voy a usar estas fotos, pero por lo pronto la serie tiene un título ("Logística doméstica") y se ganó un espacio en una publicación (el libro "Una idea, una foto"). Con esto de que se termina el 2013 encontré que éste era un buen momento para dedicarle un espacio y unas palabras a esa actividad que me acompañó durante mucho rato:

extraño mucho hacer estas fotos.


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