Privados, públicos.

No está mal que nos toque, justamente a quienes trabajamos en cierta forma de producción de conocimiento (porque eso también es lo que hacemos, a eso también puede asimilarse la producción intelectual que ampara y regula la ley de Derechos del Autor), digo, no está nada mal que, de carambola, en este asunto de buscar cambiar ciertas formas de acceso y uso de lo que hacemos, el debate recaiga sobre quienes trabajamos en la persecución y asentamiento de ideas abstractas, en los que trabajamos con la imaginación, con las posibilidades más allá de la realidad o las circunstancias. Es más, no sólo no está mal, sino que directamente está muy bien que nos veamos obligados a pensar y sacar conclusiones de temas centrales como son el acceso a la cultura y, más importante, la forma en que se regula en nuestra sociedad cierta forma de propiedad privada.

Quién sabe, quizás se nos ocurran algunas ideas nuevas, originales, interesantes, dignas de atención a este respecto. Quizás podamos usar nuestra capacidad creativa (sí, es un término espantoso, desgastado, pero es claro a la hora del ejemplo), quizás podamos usar nuestras herramientas de trabajo para salirnos por un rato de la elaboración de ficciones, inverosimilitudes, horrores o bellezas, y ponernos a pensar no ya sobre lo que hacemos sino en qué pasa con lo que hacemos cuando sale de nosotros, en qué se transforma, cómo se comparte, qué límites le ponemos nosotros o quienes elegimos como responsables para la tarea cuando eso que hacemos sale al mundo.

Y pensar también, por qué no, cómo fue que hicimos y hacemos eso que hacemos, de qué fuentes tomamos, de qué formas llegamos a  esas fuentes, qué tuvimos en cuenta y qué nos rifamos a la hora de inspirarnos, estudiar, aprender.

La oportunidad está dada.

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